Y no te estoy instruyendo en ninguna anti-ideología. No te estoy enseñando nada que pertenezca al mundo de los conceptos y de las ideas.
¡Estoy mostrándome a mí mismo! Te estoy mostrando un nuevo modo de ser, una calidad distinta de existencia.
Escucha mis palabras, pero no atiendas sólo a mis palabras; da un giro.
Un día comprenderás incluso eso que no puede ser expresado con palabras. A través de las palabras puedes obtener destellos. Una vez que sientes mi silencio, mis palabras adquieren otro significado. Entonces dejan de ser sólo palabras, sonidos. Entonces se convierten en un florecer. Es un trabajo sumamente difícil: hablar sobre el silencio.
En el zen se dice que es como vender agua junto al río. El río está ahí, pero estás ciego y te he de vender agua. Y, desde luego, pagarás por ella, mientras que el río es absolutamente gratis.
Es como regar el jardín cuando llueve, o, como se dice en una antigua escritura hindú, "Es como ponerle patas a una serpiente para ayudarla a caminar". Una tontería, una estupidez, porque la serpiente se mueve perfectamente bien sin patas. En realidad, las patas serán un obstáculo, pero ¿qué hacer? La serpiente sigue insistiendo, "¡Ayúdame!" O como se dice en las antiguas escrituras taoístas, "Hablar de la verdad es como ponerle un sombrero a un hombre que ya lleva uno". Poner un sombrero encima de otro sombrero; inútil.
Así pues, ¿qué estoy haciendo aquí? Te estoy aportando paciencia, la capacidad de esperar, de observar. Estar conmigo es un esfuerzo; al principio es un esfuerzo, pero un día, de repente, deja de ser un esfuerzo. Estás aquí sin esfuerzo alguno. Entonces me comprendes, tanto si hablo como si no hablo. Entonces me comprenderás tanto si estoy aquí en esta silla como si no, tanto si estoy en el cuerpo como si no lo estoy. Pero antes de que esto suceda, antes del supremo florecimiento de tu silencio, he de estar agitándolo todo por aquí y por allá.
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