domingo, 13 de abril de 2008

Nunca he votado en mi vida.

Toda mi familia tenía una orien­tación política, todos eran luchadores por la libertad de la India cuando todavía se encontraba bajo la dominación británica. Estu­vieron en prisión, sufrieron y, naturalmente, cuando el país alcan­zó la libertad, se vieron envueltos en la política.

Mis tíos me decían:
«Eres una persona educada, ¿por qué no utilizas el poder de tu voto? Tienes la facultad de crear un gobier­no o cambiarlo».
Yo respondía: «Ya lo sé, pero es inútil cambiar un carcamal por otro carcamal. No vale la pena; cambian los nombres, pero todo sigue igual».
De hecho, más vale mantener en su puesto al antiguo carcamal, ya que tarde o temprano habrá acumulado tan­ta riqueza, poder, nombre y fama, que se volverá menos codicio­so, pues siempre hay, naturalmente, un punto de saturación.
Cuando relevas al viejo carcamal y entregas el poder a uno nuevo -uno era republicano y el otro es demócrata-, el nuevo carcamal se lanza inmediatamente a acaparar todo lo que pueda, pues cuatro años pasan volando y en cualquier caso la gente aca­bará devorándolo. Así que, durante cuatro años, estafa todo lo que puede. Mientras tanto, el otro partido se granjea simpatías. Ese es el juego. Y la gente se olvida de que «a ese partido ya lo hemos echado». En los Estados Unidos: ¿cuántas veces habéis echado a los republicanos y cuántas a los demócratas? ¿Por cuánto tiempo pensáis seguir haciendo lo mismo una y otra vez?
No tenéis más que hacer cuentas: en doscientos años, ¿cuán­tas veces habéis echado al mismo partido?
Si tuvieseis un poco de inteligencia, ¡cuando echáis a un partido tendría que ser para siempre! Puesto que carece de inteligencia, potencial e ideología, tendría que suponer su final.
Osho- El ABC de la Iluminación

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