La dicha es mejor que la alegría, pues la alegría supone que algo ha terminado, finalizado, concluido; algo a lo que se ha puesto punto final.
La dicha es continua, como un río, no puede detenerse y nunca llega a un punto final. Y la vida es más parecida a la dicha que a la alegría, pues en cuanto la alegría se acaba, caes en su contrario: te pones triste, te desesperas y empiezas a anhelar de nuevo la alegría. Empiezas a recordar los encantos de la alegría: es la nostalgia y el desconsuelo por su desaparición. La dicha es más afín a la vida; la vida es así y así debería ser. Fluímos de una cumbre a otra y el flujo jamás se detiene. Tu vida sólo puede convertirse en un flujo continuo si tu tristeza también es absorbida por tu alegría; de lo contrario, no. Si la tristeza se enfrenta a la alegría, ésta se acabará y la tristeza llevará la voz cantante; tendrá su oportunidad.
Como la noche sigue al día, la alegría dará paso a la tristeza.
Como la noche sigue al día, la alegría dará paso a la tristeza.
Tanto da que sea de día como de noche: uno disfruta del día y del sol y de la luz, y cuando llega la noche, disfruta de la oscuridad: de su profundidad y su tacto aterciopelado. Pero la danza continúa. Tanto en el éxito como en el fracaso, la juventud y la vejez, la soledad y la compañía, la vida y la muerte, la dicha continúa. Por eso hago más hincapié en la dicha que en la alegría. La dicha es más amplia: abarca ambos opuestos, de ahí que sea más total. Y todo lo que es total es divino, mientras que lo parcial deja de serlo.
Osho- El ABC de la Iluminación
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