Mi infancia fue de oro. Insisto que no estoy usando un cliché. Todo el mundo dice que su infancia fue dorada, pero no es así. La gente cree que su infancia ha sido dorada porque su juventud está podrida; y más aun su vejez. Naturalmente, la infancia se vuelve de oro. Mi infancia no ha sido dorada en ese sentido.
Mi juventud ha sido un diamante, y si llego a ser un anciano seré de platino. Desde luego, mi infancia fue dorada, no sólo simbólicamente, sino absolutamente dotada; no poéticamente, sino literalmente, objetivamente.
Durante la mayor parte de mis primeros años viví con los padres de mi madre. Esos años son inolvidables. Aunque alcance el paraíso de Dante, seguiré recordando esos años. Un pueblecito, gente humilde, pero mi abuelo -me refiero al padre de mi madre- era un hombre generoso. Era pobre, pero rico en su generosidad. Repartía lo que tuviese entre todos y cada uno. De él aprendí el arte de dar; tengo que reconocerlo. Nunca le vi negar algo a ningún mendigo ni a nadie.
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