Siempre verás a dos personas congeladas, sentadas una junto a la otra, sin saber qué están haciendo ahí, sin saber por qué están ahí sentadas. Puede que no tengan sitio alguno adónde ir.
Cuando vez amor entre dos personas, algo está fluyendo, moviéndose, cambiando. Cuando hay amor entre dos personas, viven bajo un halo compartiéndolo todo: sus vibraciones se entremezclan, intercambian su ser. Entre ellos no hay paredes. Son dos y no son dos; también son uno.
El marido y la esposa están tan lejos como es posible estarlo, incluso aunque estén sentados el uno junto al otro. El marido nunca escucha lo que la esposa le está diciendo. Hace tiempo que se ha vuelto sordo. La esposa nunca ve lo que le está sucediendo al marido. Se ha vuelto ciega para él. Ambos se dan por conocidos, se han convertido en cosas. Han dejado de ser personas porque las personas están siempre abiertas, las personas no tienen certezas, las personas están siempre cambiando. Ahora tienen un papel fijo que cumplir. Murieron el día en que se casaron. Desde ese día dejaron de vivir.
No estoy diciendo que no te cases, pero recuerda que el amor es lo verdadero. Y si él muere, entonces el matrimonio pierde su valor.
Y lo mismo es válido para todo en la vida, para todo. O bien puedes vivir –y entonces tendrás que vivir con esta duda sin saber lo que sucederá al momento siguiente- o puedes convertirlo en una certeza.
Hay gente que ha adquirido tal grado de certeza en todo que nunca se sorprenden. Hay gente a la que nunca podrás sorprender. Y yo estoy aquí para entregarte un mensaje muy sorprendente; no lo vas a creer. Lo sé. No vas a poder creértelo, lo sé.
Estoy aquí para decirte algo que es absolutamente increíble: vosotros sois dioses y diosas. Y lo habéis olvidado.
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